El momento más emotivo de la gira Volar y volar 2013 fue mi presentación en la ciudad de Cali y eso por varios motivos: Cali es una ciudad en la que reina la salsa y el sabor de la gente, así que ningún trovador puede tener una labor sencilla para conquistar el corazón del público; Cali es la ciudad que vio nacer a mi esposa Vera y el público congregado reunía, además de amigos de diversos espacios de su vida, a mi suegro (con la circunspección y sonoridad que tiene la palabra SUEGRO).
El sitio elegido no podía ser más poético: la Casa de la Lectura de Cali, hermoso espacio promovido por Alberto Rodríguez y Olga Ardila. El sonido fue cortesía del cantautor valluno Mauro Palau y las luces prestadas por Abril Montana. Desde temprano, preparamos el escenario como una mesa de curandería: flores, velas, manta andina, charchas, discos y cancionero.
Colocamos 30 sillas y a medida que iba llegando la hora de iniciar el concierto tanto Vera como yo estábamos mucho más que nerviosos esperando que el publico respondiera a la presentación de un trovador desconocido, un día de semana en una ciudad salserísima en un lugar bastante alejado del centro.
Iniciamos el concierto con las expectativas de público saciadas, pero con ciertos problemas técnicos: la batería de mi guitarra empezó a fallar. Como se me puede acusar de muchas cosas, menos de falta de atrevimiento, me sobrepuse al problema repitiéndome internamente: “Estás haciendo lo que más te gusta hacer en la vida y esta gente ha venido para ser testigo de eso”.
Canté con alma, corazón y vida los doce temas que había preparado para compartir esa noche y al final la gente pedía más y más, así que toqué tres temas adicionales y aun así la gente no se movía de su sitio, por lo que al final iniciamos un pequeño conversatorio acerca de mi trayectoria como cantautor y cómo habían nacido las canciones que interpreté esa noche.
Entre los generosos gestos de cariño que el público me regaló me quedo con el de Jaimito, un niño de 5 años que había venido con sus padres, amigos de colegio de Vera. Se me acercó y me dijo: “¿Te puedo tocar la barba?”, antes de darme un fuerte abrazo: el premio soñado para una noche perfecta. ¡Ah! ¡Claro! Mi suegro también quedó contento.