Para quienes nos hemos tomado en serio nuestro papel de cancionistas, trovadores, compositores o cantautores el escribir una canción es un acto de fe. Más allá de la artesanía propia que requiere armonizar unos versos, la inspiración (el espíritu, el corazón, el alma) que nos mueve debe estar presente en el momento mágico en que se enciende la chispa que “da a luz” a un nuevo tema. Como en todo, hay motivaciones intrínsecas, es decir, propias del que las escribe. La mía es, por lo general, el quitarle un poco de presión a la válvula que mueve mis sentimientos, ideales y pensamientos. Las motivaciones extrínsecas van desde el aplauso cariñoso del público (en mi caso, mi esposa, mi familia y mis amigos) hasta el recibir una compensación monetaria (cosa de la que no puedo hablar mucho porque hasta ahora no me ha pasado y cuando me pase se las cuento). En cualquiera de los casos, al surgir una canción buena (y como dice el tío Hayre en el documental Sigo siendo, Kachkaniraqmi: “Las canciones buenas son las que son buenas”) hay una armella interna que conecta al compositor con el público y que se engancha a la experiencia común vivida por estos.
Mis canciones tal como las escuchamos en su versión final son por lo general el producto de un trabajo arduo que implica no solo al que la escribió, sino a todo un equipo: al círculo de confianza del compositor (los amigos, cantautores o no, que escucharon la primera versión, la familia cercana que es siempre víctima de nuestros arrebatos artísticos) que con sus comentarios, preguntas e inquietudes nos ayudan a “pulir” los temas; por otro lado, están los arreglistas, cuando no es uno mismo el que las arregla (o estropea como la mayoría de veces es mi caso); los músicos ejecutantes, que a menudo son los mismos arreglistas de su performance; y el ingeniero de sonido, que a menudo también echa una manito en los arreglos y está pendiente de todos los detalles técnicos. Ahora mismo me encuentro en Medellín produciendo una canción con el gran Alejo García, quien hace las veces de productor, arreglista y demás, de eso ya les contaré más detalles a futuro.
Por todo lo anteriormente comentado es, pues, mucho el material narrativo que puede surgir a partir del nacimiento de una canción (como dice mi brother Pablo Sciuto en el coro de su canción Nace: “Suma cuerpo y alma, madera y carbón de las cenizas, no sé aparece una canción.”); pero como todo organismo vivo, la canción no solo tiene un nacimiento, sino que crece, se reproduce y, por supuesto, muere.
Como un esfuerzo del colectivo Dándole Cuerda, a través de la serie de minidocumentales Te cuento mi canción vamos a repasar algunos de los momentos importantes en la vida de mis canciones: 1. ¿Cómo llegó esta canción a mí? 2. ¿Cómo tomó cuerpo la canción? 3. ¿Qué ha significado la canción en mi vida? Esta serie de minidocumentales no habrían sido realidad sin el respaldo desinteresado y generoso de Wilder Trujillo, de WetSound Producciones, el apoyo incondicional de mi esposa Vera Carvajal y la labor previa de arreglos e instrumentalización de Leonardo Varela. De este modo les iré contado cómo nacen y crecen las canciones, a ustedes les toca compartirlas y darles vida en sus propias vidas.
Para ver el minidocumental hagan clic en el link de arriba de esta página o en la de abajo.
Les dejo un abrazo enorme.